20 enero, 2016

INTUICIONES

Hice toda una algarabía muda esta mañana. No me levanté a la hora, me dejé tres dientes sin lavar y me quedé en una especie de noche plástica; tres bolsas de basura sirvieron para tal propósito, ahora que lo pienso deben de sentirse inútiles estando desparramadas sobre la extraña física del vidrio, extranjeras, como todo lo de este cuarto, que si llevaran dentro de sí miles de litros de procesada materia fecal. Iba a utilizar la palabra mierda, luego pensé en las señoras, en la imagen horrible que las acompañaría toda la mañana si escribía esa palabra, las bolsas repletas, calientitas, llenas de aquel líquido repugnante, mierda, mierdesita, mierdota; claro, debía de evitarles el disgusto.

Definitivamente es esto prueba de insanidad, creo que podría convencer a todo un jurado si me lo propongo, diría algo asi como: En pleno siglo XXI es muestra de total desadaptación y de potencial peligro para la sociedad aquella persona que prefiere la ensoñación, el aislamiento social, el juego perpetuo con las palabras que asistir a clases metódicamente adecuadas que pretenderán formarlo como ente útil. Sí sí. Escuchar perros en las noches que vienen a mordisquearte los dedos, despertarse con la vagina triste, hartarse de la misma masa que traga siempre, muestras clarísimas de rayadura de coco, tendencias esquizoides, plata perdida para los pobres padres. Ahh pobres padres, sobre todo eso, no sabian el daño terrible que habían hecho al leerle “Canción de la vida profunda”, perdón, esa no soy yo, a un poeta cereteano le han hecho eso, a mi, me leyeron Rapunzel niña hechicera y me pusieron a ver documentales de Carl Sagan sin saber si quiera quien era ese tipo... Heidi fue la tragedia mas grande cuando descubrí que no estaba en ningún Alpe Europeo, que no existían las cabras sino iguanas y mosquitos, que el abuelo astuto no era más que una foto añejosa en el fondo de un baúl que representaba los miles de hijos que toda buena mujer debe de parir.

RAPUNZEL NIÑA HECHICERA

Esa niña de muchos años
está cansada de Walt Disney
y sus cuentos de princesas,
sus hombres azules,
el detener la ceguera con el llanto.

Se halla también cansada
del tirar obstinado de jirones de cabellos,
el mirar continuo por la ventana,
el siéntese bien, cierre las piernas,
coma poco.

Sola, en la pequeña soledad de su torre
decide amarse a dos manos
lo hace a prisa, como violándose,
deteniendo el espacio-tiempo entre los dedos.

Las manos exploran
como animales hambrientos
mientras ella siente cómo se expande
y contiene la vida en un quejido.


Atrás,
a unos cuantos metros de la puerta,
la bruja también espera
mientras se peina apaciblemente
con ojos que miran al marco
donde no hay espejo.

Ella ignora la magia de manos y rodillas

de Rapunzel, su niña hechicera.

Ahora destruyo todo, cojo mi lápiz y empiezo a rayar obstinadamente los versos escritos. Ni siquiera eso puede llamársele originalidad, la búsqueda estética es ruin, no conduce a ningún lugar, todos los sitios  son el punto de origen. Empiezo a recoger pedazitos de sueños esparcidos, que tal vez sea este el único lugar donde cubramos los espejos en las tormentas, que tal vez este sea el único lugar donde se guarden ombligos como tesoros, que tal vez sea este el único lugar donde una mujer con dolor de dedos pueda destacarse. ¡Ja! ¡Que gran farsa la que me metieron por los huecos! Que vida productiva si estudiaba, que vida longeva si comía carne, que no coma cuento sino huevo, que el huevo sube el colesterol, que si soy flaca de pronto y me levanto un viejo lleno de plata, que lo que cuenta en la mujer es la masa cefálica, que para qué masa cefálica si tengo un buen par de tetas, que si tengo algunos centímetros más cerca al ombligo soy una cosa horrible, que tranquila aquí se la operamos a precios módicos, en cuotas y le tomamos fotos para que pueda montarlas al Facebook. El que no tiene Facebook no existe, cómprese cámara, EXISTA. Andará el pobre Descartes revolcándose en su tumba, exagero, no creo que un puñado de tierra pueda revolcarse en el sentido más estricto.

Hay tan poco tiempo y a la vez demasiado. Me distraigo cogiéndome a ese, a esa, a esos. Antes de poder siquiera pronunciar palabra alguna ya tenía en la espalda la marca suramericana, tiene forma de pez, cosa extraña: a cierto mito judeo cristiano también se le representa de esa manera. Pienso que la verdad se halla tras las paredes. Cojo un martillo: martilleo, solo caen costras de la vieja pintura barata y se observan los ladrillos que están detrás. El ladrillo hace parte del todo que es la pared, sabe ser ladrillo, quiere ser ladrillo, es feliz siendo ladrillo, contribuyendo a eso que se llama pared, yo por el contrario no sé lo que soy, no sé si quiero serlo, no soy feliz siéndolo y no tengo idea alguna de a que estoy contribuyendo. Yo nunca sé, siempre parafraseo. Alguien ya lo dicho, siempre alguien ya lo ha dicho. Hace parte de mi el lenguaje, esa vocesita que siempre está al acecho me guía, el hecho que me diga las cosas en Español y no en francés o alemán o mandarín, ya es algo, por algo empiezo.

“ La palabra es el hombre mismo. 
 Sin ellas, es inasible. 
El hombre es un ser de palabras.”
Octavio Paz


Por ahí veo a otros perdidos, digo perdidos porque podrían estar haciendo otra cosa,  como siendo buenos despellejando chivos, afinando guitarras, expurgando piojos, algo que requiera verdadera maestría, verdadera, como se llama, habilidad. Por ahí andan los del neoviceralismo, los post post nadistas, hasta los neoultrarenacentistas. Ahora que se acabó la iluminación de los franceses, donde a cada movimiento literario corrían a hacerle eco criollos, ahora que los franceses andan igual de aburridos, entretenidos con Carlas Brunis e idas a la India, ahora sí nos jodimos, vemos venexuela, Brasil, las argentinas, el mejico… alzamos la vista, ilusa, alzan la vista, diciendo con agua en las cuencas: algo que nos socorre, formen algo de donde asirnos y aquí si digo asirnos porque todos vamos en la misma búsqueda.

18 enero, 2016

Los Kolynos



1
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Era viernes y después de las cuatro de la tarde en el parque del barrio empezaba la verbena, yo tenía que dejar listos los cuadernos, organizar la lista de las tareas, inventarle alguna buena excusa a mi mamá para que me creyera – ¡Que no mamá! Le gritaba desde la puerta - ¡Que mañana no hay preICFES, que pa’ el próximo fin de semana! – y me iba corriendo  antes que hiciera las cuentas y llegara a la conclusión de siempre, que estaba mintiendo.

Iba con el vestidito azul neón, para matar de envidia a la Manuelita, que el viernes pasado sacó unos patines morados, la verdad chimbitas, que se los había traído desde Sydney la tía de ella – ¿La que anda puteando, ¿cierto? – y acto seguido el mechoneo y las palmadas a las tetas  pa’ que me soltara; le había cogido el ruedo a la falda a mano y ahora sí estaba listo.

Nos sentábamos en las gradas del parque, junto a las canchas,  a ver jugar a los de baloncesto de la selección Cesar, todos altos, esbeltos y universitarios, yo, redondita en lo justo, llegaba con mi tumbao’ mirando a los de once pa’ ve quien se iba a mandar el guaro o el porro, lo que llegara primero; yo prefería el porro, por supuesto,  por lo del viaje que a uno le dura máximo unas tres horas y siempre existen las gotas y porque luego no tenía que llegar corriendo a mi casa a meterme dos tomates maduros dizque pa’ que no me sintieran el tufo y evitar por lo menos una de las fueteras que ya me tenían guardadas.

- Venga mona sin miedo- me decía uno de los de once, el Mario, un tipo alto, moreno, con músculos que yo ni tenía idea de que existieran, marcados; me acerqué a ellos prevenida pero resuelta, ya que había apostado los patines con la Manuela a quien perdiera la virginidad primero, acto seguido me enseñaron la marimba y como vieron que yo no mostraba ni un ápice de asombro siguieron con el desenmoñamiento, de pronto, un tipillo de la nada sacó un grinder, un cilindro grueso,  que hace del proceso del desenmoñamiento simple y estético, el tipo se llamaba Fabián y tenía familia en la USA, le habían puesto a repetir once por, me enteré luego, problemas de conducta y a mí se me hizo delicioso; blanco, robusto, con una ojeras de mil días y con un refinamiento  al decir las palabras grinder, roll, pot, que yo repetía entusiasta, disléxica hasta el coño, mientras él las repetía una y otra vez con una ternura y paciencia que  yo nunca había visto.



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