-Me pica mucho la media mamá, ¿puedo quitármela?-
y luego, la mirada justiciera de unos ojos grandes, negros y profundos que
daban a entender que ni se le ocurriera aquello y que el tema finalizaba allí
sino quería ganarse un pellizco.
La tarde estaba caliente y húmeda, los buses escaseaban y la
pollera se le pegaba a los muslos empapados en sudor. Las medias que le habían
obligado a utilizar tenían a los costados, justo en el tobillo, unos apliques
como flores, la costura era insoportable,
sin embargo, a su madre le parecía que se venían hermosas y con eso bastaba.
Llegaron a la casa de la abuela a eso de las 4 de
la tarde, los primos ya habían empezado a jugar a la lleva en el nuevo piso de
asfalto, a Yajaira se le hizo que el lugar parecía más a una gallera y que
ellos eran unos gallos de pelea y ya no le apeteció jugar y le dio una nausea
terrible y pidió permiso para estarse en el cuarto. –Esa niña no tiene remedio-
dijo una de las tías – Siempre encerrada – continuó.
Se tumbó bocarriba en el catre que había pertenecido al abuelo, se quitó
las medias y el pesado vestido de tul. Estaba aburrida. Y vestida como estaba,
solo con la ropa interior, no podía salir al patio a refrescarse. Decidió, para
distraerse, hurgar en los cajones arrinconados que poblaban la habitación. Empezó
con el baúl de caoba macizo. Lo abrió con cuidado y pensó que el corazón iba a
salirse por la boca cuando las bisagras empezaron a sonar, sin embargo, el
aullar constante de sus primos en el patio y el parloteo y las risotadas de las
tías encubrieron el sonido. Dentro,
fotos deslucidas, de gente cenicienta que nunca había visto, boticas de bebé tejidas
y en el fondo especie de tripita
pinzada, un muñón de ombligo.
****
Hace más de 20 años aquello y todavía la infancia retorna a esa imagen
desteñida y con olor a formol… Se siente lejana de todos y se pregunta ¿Cuántos
más recuerdan la infancia como aquello
que les fue mutilado de sí mismos?
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