I
Supongo que escribo porque así me
pienso en línea recta, o tal vez no, pero pienso mejor con las manos que sola,
siempre estoy parafraseando o contando mal los chistes, mi torpeza es
totalizadora. Ayer mientras departía con lo que Ospina llama los pocos buenos amigos de pronto se suscita
una escena dantesca; un hombre corre por el camellón de los mártires siendo perseguido por dos policías, observo divertida la graciosa danza, sudados,
corriendo, pero con cierto dejo de no
querer alcanzarlo; los policías abochornados por que el otro corre, sudorosos,
ridículos. Soy toda una carcajada y participo en el corrillo que estimula la
escena, el director de esta película estoy segura que es Buñuel.
Luego cruje la realidad, se
desmorona el mito: el hombre, desde la profundidad de su caverna obscura pide
ayuda, dice repetidamente SAL-VEN-ME; AYU-DA, SAL-VEN-ME; AYU-DA, ahora tengo
en cámara lenta sus labios diciendo esas palabras, entonces volteo a observar a
los demás compañeros de escena, observo sus caras, están detenidos por el
cambio, por la transición, asombrados y mudos, sin forma alguna. No iban a
ayudarlo. Ahora no tengo seguro porqué tome la decisión de ir a su auxilio;
para mí me resultó una pulsión, vi en sus ojos miedo, sentí el terror absoluto
que lo invadía, su sudar pegajoso y mortecino, una pulsión, un desconocimiento,
un tiritar desde los huesos mojados por la violencia.
De pronto me encuentro aferrándome a ese hombre negro, lo abrazo tan
fuerte que creo que voy a romperle las costillas, empiezo a suplicar los
motivos por los cuales va a ser detenido, no hay respuesta, solo son ojos
puntiagudos señalando, unas manos que forcejean, un odio que no sé muy bien de
donde viene se, quiero soltarlo, hay otras personas que están mediando,
tratando de llegar a una solución pacífica a todo este malentendido, sin
embargo su voz es constante, su suplica inmisericorde: no me dejes solo, no me
abandones, no me dejes solo, no me abandones, su terror que ahora es el mío y
del cual intento huir nos une, danzamos desaforadamente, al unísono.
Luego el dolor, intenso, repetitivo
en mi pie izquierdo, alcanzo a pensar que no es normal sentir el dolor con
tanta intensidad y ritmo, una clarividencia: me están lastimando de manera
intencional, busco como puedo de dónde proviene el dolor, un pie, unas botas,
una cara que goza. No digo nada, pero me quedo con su cara tatuada en la
retina. Nunca había visto con tanto
detalle: su color de piel, sus cicatrices, el color verde asco inundándolo
todo. Accedemos finalmente a ser conducidos a la estación porque se había dado
que mucha más gente se unió a la escena y se había formado una masa sólida,
compacta de gente y debíamos aligerar la tensión. – Vamos –
Me tranquilizo y un dialogo tierno se da entre
los bailarines – Gracias- una mirada cómplice cierra nuestro trato. Le pregunto
por qué huía y me dice: porque iban a requisarme y no entiendo. Me explica, que
ha visto de cerca como meten merca a cualquier transeúnte para tener una productividad
y que a mayor productividad mayor ascenso ósea más plata. Tiemblo. En ocasiones la realidad supera a la ficción.
Me asalta el entendimiento de lo desventajoso de la situación y acordamos nos hacernos los huevones.
II
Wilson hace manifiesto el tono de
ese carro y vomita, le digo que esté tranquilo, que era necesario.
III
La requisa en orden, ya pronto
podremos irnos, estoy descalza y no entiendo muy bien por qué, me duele
horriblemente.
Mientras, recuerdo con ardor la
cara del hombresitoverdeviolento, le
exijo su nombre, le digo incisivamente que sé
lo que hiciste, tu y yo lo sabemos, como es posible ese placer tuyo ante mi
sufrimiento, sabes hacer tus vainas perro, por supuesto entre tanta gente es
normal que lo pisen a una, lo hacías
pero que no se viera que lo estabas haciendo, porquería. No niegues que eras tú,
te vi, que me sé cada una tus arrugas, como sonríes, como debes de verte encima
de la mujer que dices tener, te conozco,
aún no se tu nombre pero lo tendré, a tu imagen le asignaré el nombre
que te corresponde hombrecillo, entonces su negativa insistente, mi
indignación que me crece como espuma, que me aborda, que me inunda que me lo dé
malparido que de esta no te salvas y un flash con los ojos cerrados, un
chillido en el oído izquierdo, no tengo
opciones: me voy a hacer matar, este malparido me va a matar, lo agredo, nos
gritamos, creo que lo muerdo y si no te mordí malparido te muerdo ahora
hijueputa.
Wilson me dice que me tranquilice
y un trueque desigual se gesta, que se
vaya señorita que acá vamos a ignorar que usted agrede a un oficial de la
policía que eso da cárcel, si no dice nada de lo que acaba de pasar. No tengo
el nombre.
IV
Ahora me siento abandonada, los
brazos adoloridos, el pie sangrante, Wilson por fin sonríe, nos abrazamos y
empezamos a caminar al lugar inicial, un dolor seguido de otro, una pisada
fosforescente, y sus brazos en torno mío, consolándome, un silencio tierno nos
circunda, estamos juntos y luego nos encuentran varias mujeres, un circulo se
forma y no hacen falta las palabras
porque hay miradas cómplices en todos lados; sé que suena pretencioso pero ya las
mujeres entendemos el mundo que la solidaridad se nos hace natural , la
compasión y tenemos una absoluta perplejidad ante la violencia; Wilson me
desmiente. Hay hombres igual o mucho más de compasivos y mujeres que no aman ni
a los hijos. Encuentro que en todo tiene la razón, que son poca la gente que se
solidariza ante el dolor y que actúa en coherencia al impulso. Le beso la mano.
Gracias.
De ahí al frenesí de ti, alborada por aquel disparo al aire que rompió la noche que compartimos sin tocarnos... Te vas a hacer matar dulce mía y no cumplirás tu ambición, la tuya, vencer el tiempo con tu yo que vive en la mente de los demás...
ResponderEliminar